Andares

La trastienda de un poeta

En pleno Día Mundial de la Poesía, agobiado por las prisas, yo, que habito la lentitud, ahí andaba, después de muchas horas dedicadas a la preparación del evento, después de haberme levantado muy temprano ese mismo día para ultimar detalles, y de haber trabajado siete horas durante la mañana, de terminar la jornada laboral y almorzar mal y velozmente, de darme una ducha tan rápida que casi ni me hizo falta secarme, y de coger las cosas a la carrera (y olvidar algunas) para poder llegar a tiempo al colegio a recoger a mi hija (y aún así, tener que ir en autobús porque ya no me daba tiempo de ir a pie).

Después de una merienda que no se extendió, debido a que ese mismo día se había dado su primera excursión y apenas quedaban niños en la tarde, ahí andaba, caminando en dirección a un supermercado donde comprar leche en envases individuales porque también se me había olvidado en casa esa parte indispensable de la merienda.

Tomar de nuevo la calle, empujando la sillita, y ahí andaba, con un calor fuera de tiempo, haciendo una llamada telefónica, para disolver algunas dudas de un participante, con la dificultad de empujar un carro mientras se habla por teléfono, mientras se presta a la vez atención a una niña de tres años, y su desesperación ante toda causa no atendida de inmediato. Intentando no perder el hilo a ninguna de las líneas, a mí, que siempre he sido monotarea y que tanto me cuesta hacer varias cosas a la vez.

Y llegar a un parque cercano al lugar donde se celebra el evento, una hora y media antes de su inicio, molido del día, de la semana que había llevado. Pararme, limpiarme el sudor del cuerpo, añadir más desodorante, y levantarme al poco, de nuevo, para jugar en el parque con una pequeñaja que, incansable e incombustible, quería continuar. Así que, ahí andaba, empujando el columpio, subiéndola por lugares inaccesibles (de momento) para ella, hasta que un rato después, tocaba acceder a la sala y empezar con los preparativos.

Entramos, y ahí andaba, ultimando detalles a la vez que le prestaba atención a la pequeña hasta que su mamá me hizo el relevo. Preparando algunos pormenores para que todo fuera sin incidencias. Y así fue, todo el agotamiento desapareció en cuanto dieron las siete de la tarde, a partir de ahí, nosotros y la gente que vino a vernos, disfrutamos de una tarde especial. De un recital que rindió homenaje a la poesía. Y eso, la grata experiencia de lo vivido, a fin de cuentas, es lo verdaderamente importante, lo que nos queda.

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