Enterrar en el olvido los sueños marchitos del pasado.
Ese Fénix no volverá,
su llama se extinguió bajo una luna grisácea, sin matices,
sin brillo.
El pesar monótono, frecuente y rutinario
es un estanque donde ya no hay peces, ni vida,
solo agua marchita, incapaz de seguir hacia su destino.
Las horas, como racimos colgando de un lugar indeterminado
tan similares y entrelazadas,
forman un laberinto, sin entrada, sin salida.
Mirar a un lado y a otro, y no encontrar nada,
el mismo olor, la misma danza
y a cada paso -un poco más agotador-
la realidad se vuelve más grisácea, sin matices,
sin brillo.