
«¿Me contradigo?
Pues muy bien… Me contradigo;
soy inmenso… Contengo multitudes».
Walt Whitman
Me gustan las contradicciones, aunque a veces puedan causar frustración. Esa maldita guerra abierta entre el hemisferio izquierdo y el derecho, un bombardeo constante de nuevas ideas, autocrítica, posibilidades, imposibilidades, las versiones de lo que se puede, lo que se quiere, lo que se debe… ¿Cómo íbamos a crear y a convivir en una sociedad ordenada, donde impere la razón y se actúe desde el corazón, si ya desde lo individual somos incapaces de poner orden?
Pero pese a las frustraciones y los temblores existenciales que la contradicción pueda causar, me gusta que se den, porque nos pone en nuestro lugar, ante la incapacidad del entendimiento de algo que está muy por encima de nosotros. Nos sitúa dentro de nuestros límites, en nuestra multiplicidad y en el propio hecho de estar vivos, y porque la contradicción nos desmiente ante nosotros mismos. Y esto, nos ayuda a cambiar y crecer como personas.
Lo que ayer creíamos normal, hoy vemos incoherente, y algo que en cualquier otro contexto hubiese sido inviable, hoy nos preguntamos: ¿y por qué no? y lo consideramos como una posibilidad más, entre las muchas disponibles. Me gusta esta última idea, la de verlo todo como posibilidades, más o menos plausibles, dependiendo de un gran cúmulo de factores: nuestras capacidades, la época, edad, tiempo, recursos… Nuestra mentalidad para hacer algo, como por ejemplo aprender a pilotar un barco, depende de nuestras capacidades mentales y físicas, nuestra época, nuestro tiempo y nuestros recursos económicos. No obstante, por más características propicias que se den, si odiamos el agua, nunca nos vamos a plantear esta posibilidad. Pero la vida da para mucho, y puede que ese odio al agua se deba a un malentendido, a un accidente, a un temor… y dentro de dos, diez o veinte años, ya no nos encontremos en la misma situación, o incluso nos sorprendamos de que el mar nos causa sensaciones agradables. Es un simple ejemplo de todas estas excavaciones en las que se pueden profundizar, aunque por supuesto, no estamos indagando por nuevos horizontes, de hecho, todos conocemos, hemos escuchado y probablemente hayamos pronunciado (y seguramente en este mismo momento se esté diciendo o escribiendo en alguna parte del mundo), la frase aquella que decía que «la vida da muchas vueltas», con sus variantes y versiones, y si sigue siendo válida y estando vigente es porque lleva toda la razón.
Sabemos el camino que queremos seguir (o puede que ni eso), pero aunque lo deseemos, supongamos o intuimos, no sabemos a dónde nos llevará, o si ni siquiera llegaremos porque tal vez cambiemos de rumbo cuando vayamos por la mitad. Pero aún habiéndolo recorrido en su totalidad, independientemente de si resulta un éxito o un completo fracaso: no sabemos qué camino seguiremos una vez hayamos finalizado el presente, porque igual se bifurca en varios, o tal vez ya no nos apetece continuar por ahí y queremos dar un giro radical, empezar de nuevo, o puede que incluso nos lleve de vuelta al principio, a nuestras raíces, convirtiéndose en un viaje cíclico, siendo en este caso, más fuerte que nunca la contradicción: acabamos donde partimos, el fin no es otro que el principio (aunque obviamente nunca es el mismo lugar ni nosotros la misma persona).
Porque hoy somos, pero mañana ya no seremos hoy, y es toda una incógnita saber que aquello que somos, es también parte del tiempo en que vivimos, y que nos queda mucho por aprender y por recorrer, hasta llegar a un destino, no sé si más alto o más bajo, pero en cualquier caso, diferente.
Deja una respuesta